jueves, 26 de junio de 2008

Cuaderno de Nueva York

La ciudad, vista desde arriba, parece de juguete, recién sacada de un cómic.


Contemplaciones desde el Empire State Building


Nadie comprendió entonces sus palabras.
Por eso andan, ahora, las palabras,
pasando por los vientos,
ávidas de que alguno las recoja
siglos después de pronunciadas.
Y aquí están aguardando que alguno las escuche,
aquí donde confluyen Broadway y la Séptima Avenida.
Fue aquí donde el me vio,
dónde narró la crónica
de este instante en que estoy evocándolo.
Aquí, entre anuncios luminosos,
en la ciudad de Nueva York.

José Hierro

lunes, 23 de junio de 2008

Fútbol (pasiones, venturas y desventuras)

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Mis primeros recuerdos de fútbol siempre pasan por mi abuelo. Recuerdo todos aquellos domingos, en los que siendo yo muy pequeño, comía en su casa, él se echaba la siesta y a las cinco lo despertaba dando saltos en su cama para que pusiera la radio y escucháramos el carrusel de principios de los 80. Así nos pasábamos toda la tarde, con los partidos de la liga, mientras me contaba historias de las copas de Europa del Madrid, de Di Stéfano, Puskas, de un tal Luis Suarez que fue de los más grandes y jugó en Italia, de Zarra, de Amancio, de Cruyff, de Pelé... y sobre todo de Gento. Mi abuelo, que de joven pasó por las categorías inferiores del Avila pegado a la banda izquierda, de lateral o extremo, siempre me decía que Gento "había sido el mejor".

Cuando el partido lo echaban por la televisión, yo me bajaba a su casa a verlo mientras el me contaba mil historias y me transmitía la pasión por el fútbol. La pasión por el Real Madrid, y por la selección, "es dónde juegan los mejores - me decía - es lo que hace que todos, los del Madrid, del Atleti o del Barca vayamos juntos".

De ahí, con los Santillana, Camacho, Juanito... mi cabeza guarda algún recuerdo lejano, que se concreta en la aparición del Buitre y la Quinta, y la noche de Querétaro y luego la derrota en cuartos con Bélgica... Trasnochando para ver aquel Mexico 86 frente al televisor con mi abuelo y la radio encendida narrando el partido (una costumbre que ya nunca he abandonado). Luego vendrían otras eurocopas, el mundial de Italia 90 con los tres goles de Michel o la derrota en octavos... Siempre bajando a su casa para ver los partidos con él, la radio y el As. Hasta 1992, desde cuando mis recuerdos ya son lo bastante cercanos.

España llegó a la final de las olimpiadas, y ganaría el oro con los Kiko, Guardiola, Alfonso o Luis Enrique entre otros... Esa noche estaba en su casa. Él, ya muy enfermo, vió el partido desde su cama. Yo en el salón, al lado, sin poder molestarlo mucho, pero con el recuerdo de lo contento que estaba cuando entré a despedirme...

En 1994 ya las cosas eran distintas... de adolescente en plenas vacaciones en la playa. La emoción de un mundial, de ver a España en cuartos en una pantalla gigante en el hotel abarrotado... la rabia de los que no se merecen perder, y el recuerdo de estar por la noche en la cama con la radio encendida con José Ramón de la Morena diciendo que algún día el fútbol nos devolvería lo que esa tarde de julio nos había quitado frente a Italia.

Desde ese momento los partidos de la selección cambian de escenario. Pajares de Adaja, un pequeñito pueblo de las tierras de Castilla, entre Avila y Valladolid. Siempre rondando las fiestas de San Juan, al principio de las vacaciones de verano y con el pueblo lleno de gente. El bar del pueblo, el único que había y que hay, abarrotado. Nosotros buscando un hueco hasta sentados debajo de una mesa muertos de calor y de nervios. El sinsabor de caer en penalties frente a Ingaleterra, de no dar la talla en el 98 ni en el 2000. La incredulidad de caer ante Corea, de nuevo sin merecerlo, con el árbitro en contra, en penalties... y en cuartos. La sensación de ya saber el guión contra Francia de nuevo a la misma altura...

Año tras año, ilusionados y cayendo en el mismo punto.

Anoche todo fue distinto. Frente a Italia. En cuartos. Con el guión de siempre, 0-0 y a penalties. Pero todo era distinto. Esta vez, a los españoles, a los perdedores de Reverte en Alatriste, nos tocaba ganar y por una vez cambiar historia y guiones. Casillas lo sabía. También los jugadores que con confianza cogían el balón y avanzaban hasta el punto de penalty. En el quinto, Cesc, un chico de 21 años pero de mucha más edad en el fútbol de alta competición, cogió el balón con confianza y se fue hasta los 11 metros que lo separaban de Bufón con la mirada fija de ganador y hablando entre dientes: “voy a demostralo, voy a demostralo, voy a demostrarlo…”. Golpeó el balón y España ganaba. Vencíamos miedos, traumas y gafes.

En este tiempo yo también he cambiado. Tras celebrar el gol de rodillas en el suelo me abrazé con Cris en medio de los primeros calores del verano y con los balcones abiertos, en nuestra casa y a un mes y medio de casarnos.

En la radio sonaba la canción de El Larguero, “Tu afición es sentimiento...”. En la cama, con las emociones y la euforia imposible dormir. Afuera se escuchaba el eco de los claxon celebrando la victoria, en la habitación el murmullo de la radio, y la alegría que algún día contaremos a nuestros nietos.

A Vale

jueves, 19 de junio de 2008

Futbolista

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La imagen del futbolista, que antes sólo aparecía en los cromos y que ahora se ve todos los días en la televisión, queda grabada en la memoria del niño durante muchos años.

Para un niño de siete años el futbolista es un hombre muy mayor. En los cromos antiguos, envuelto en un olor a linotipia, el futbolista aparecía con botas muy rudas, los calzones toscos, las rodillas gordas, la camiseta apretada, el cuello con cordoncillos, el escudo del equipo sobre la tetilla izquierda, el rostro muy grave y los brazos cruzados. Alguno llevaba un pañuelo atado en la cabeza. Ninguno sonreía. El niño se hacía adolescente y aquella imagen del futbolista permanecía inmutable. El adolescente se convertía en adulto y en su cerebro llevaba todavía el cromo que había contemplado cuando tenía siete años. El futbolista le seguía pareciendo un hombre muy mayor, aunque él ya era un señor casado y fumaba puros.

Cuando la televisión comenzó a retransmitir los partidos, la imagen del futbolista pasó de los cromos a la pantalla. Por primera vez se veía a los jugadores correr detrás del balón, saltar, rematar y abrazarse después del gol. Al espectador, que un día fue niño, aún le parecía que eran unos hombres muy adustos en pantalón corto y el rostro sudado, hasta que un día tuvo una extraña visión que lo dejó perplejo. La revelación se produjo cuando vio a los jugadores vestidos de calle, fuera del cromo, fuera de la pantalla, fuera del campo. De pronto se dio cuenta de que eran realmente unos críos y él tenía ya 40 años. Esa percepción es la primera señal de que la juventud ha terminado, que la madurez ya es inapelable y que uno se está haciendo viejo.

Ahora mismo unos niños verán a Casillas o a Torres tan mayores como los de mi generación veíamos a Zarra o a Puchades, como los niños de los años cincuenta del siglo pasado veían a Kubala, a Di Stéfano y luego otros a Pirri, Kempes, Cruyff, Maradona, Zidane y ahora a Cristiano Ronaldo. La imagen de los jugadores de su equipo será un paradigma del tiempo detenido y los niños de hoy crecerán sobre los rostros de esos héroes hasta que descubran que en el césped de los estadios el esplendor de la juventud permanece siempre renovado mientras ellos han envejecido en las gradas.


Manuel Vicent, "Futbolista", columna publicada en El País el 15 de junio de 2008.

martes, 17 de junio de 2008

La Noche del Oráculo

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Eran los mejores tiempos, era la peor época, la edad de la sabiduría, el cielo de la estupidez, la fase de la creencia, la etapa de la incredulidad, la estación de la luz, la hora de las Sombras, era la primavera de la esperanza, el invierno de la desesperación, lo teníamos todo por delante, nada había frente a nosotros...
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Paul Auster, de "La Noche del Oráculo"