viernes, 26 de septiembre de 2008

San Cosme y San Damián

En cuanto acaba septiembre, año tras año, son las mismas sensaciones... El mes de octubre siempre tiene algo de melancólico, de triste... los días empiezan a ser más cortos, el frío parece querer entrar y atrás queda ya el verano, las sandalias y las vacaciones...

En septiembre, recién entrado el otoño, las temperaturas bajan y suele ser época de lluvias y tiempo cambiante. Aún así, a finales de mes, el veranillo de San Miguel vuelve a llenar de gente las terrazas, los parques y las calles. Los últimos coletazos del buen tiempo.

El invierno aún queda lejos, los árboles se poblan de mil colores marrones, amarilos, rojos y ocres, y hasta Noviembre no se cambia la hora, por lo que en las tardes la luz aún aguanta un poquito.

El Verano de San Miguel también se conoce como el veranillo del Membrillo. Las noches frías de Septiembre hacen que los membrillos vayan engordando, y pasado el día 29, normalmente, ya se pueden quitar de los árboles. En el jardín de mi abuela Cuca, en Avila, ese el verdadero principio del otoño. Luego viene octubre, con toda la casa llena con la cosecha, el olor a membrillo y las tardes viendola a ella con mis tías haciendo compota y dulce.

Mi otra abuela, Julia, ha pasado media vida en un pequeño quiosco. El pequeño negocio familiar, siempre ha estado sujeto por una máquina de sellar quinielas. Un negocio en el que nunca faltan clientes. La Julia, podemos decir, que ha sido quiosquera y lotera media parte de su vida y tejedora la otra mitad. A tiempo completo emprendedora, optimista y una persona con una vitalidad y alegría increibles. Siempre ha tenido una ilusión: "un día me va tocar la lotería". Lo dice tan convencida que yo siempre la he creido. Un día la tocará.

Semana tras semana, año tras año, en un viejo boleto donde tiene apuntada una combinación que se sabe de memoria, juega siempre los mismos números. Siempre convencida de que el premio le va a caer a ella algún día.

Anoche, mi madre me llamó nerviosísima. Mi hermano Alberto y mi padre se habían ido corriendo a casa de mi abuela. Unos minutos antes había llamado muy acelerada. Miraba y miraba los números y le había tocado. Los números coincidían. Todos. Ella siempre lo había sabido. El premio, un millón y medio de euros.

Julia ya pasa de los ochenta y tantos, y a la pobre la cabeza en ocasiones le juega malas pasadas... Como cada noche se sentó a la hora del sorteo frente a su transitor con un lápiz para apuntar los número premiados. Ayer la pobre se lió. Apuntó los números según salían en un boleto, y luego cuando repasaron la combinación ganadora la cruzó con el boleto donde los acababa de apuntar. Nervios. Todos coincidían. Uno tras otro. Comprobandolo en el teletexto se pensaba ganadora. Ella tenía todos los número buenos... Se alteró y ni siquiera reparaba en que esos no eran los que después de jugar tantos años se sabe de memoria... Mi hermano y mi padre arreglaron el malentendido.

Lejos de llevarse un chasco seguía con su alegría de siempre. Cuando la llamé por teléfono, sólo se reía y me decía: "¡si es que estoy segura que algún día me tocará!".

Todas las noches seguirá con su ilusión.

Mientras, en la noche madrileña, nosotros recorrimos la Latina de cañas y vinos.

Mañana, como siempre en estas fechas, mi familia se junta en Pajares con la excusa de la fiesta de la Vendimia. Todos echan una mano para quitar los cientos de uvas de la parra que da sombra a todo el patio en verano, y es buen motivo para pasar el día todos juntos con una bota de vino y un buen cocido. Una fiesta más. La uva no es de buena calidad. Aún así, se cumple con todo el ritual. Después de comer se pisa y se prepara un mostito demasiado dulce. Algunos años una especie de Patxaran. Los niños y los mayores lo pasamos en grande.

El lunes, como todos los 29 de septiembre, es San Miguel. Hoy, San Cosme y San Damián.