miércoles, 3 de febrero de 2010

Punk experience


A través de la ventana los últimos retazos de vida del día se escapan a medida que la lluvia cae sobre la calle. Dentro de la casa, la trompeta de Miles enmaraña el paso del tiempo en el espacio dónde la realidad, ajena al ruido de los coches que invaden la avenida, se confunde poco a poco con la ficción. Martín, tumbado sobre el sofá desde hace horas, dibuja habitaciones de silencio alejadas del sonido de la vida que esta tarde de viernes intenta respirar al otro lado de la ventana. Habitaciones de silencio alejadas de la música, de la trompeta asordinada de Miles y muy lejos del teléfono que incesantemente no deja de sonar.

No aguanto más. No aguanto más. No aguanto más.

El invierno lentamente ha ido dinamitando cada esquinazo de la habitación, llenando de frío y humedad cada resquicio de la casa. Una casa que aparece esta tarde de Enero vacía, deshabitada. Ocupada únicamente por un sofá de felpa verde desgastado por el paso de los años y que alguien se encargó de subir del contenedor más cercano, una vieja nevera cuyo motor martillea el silencio de cada noche y un antigüo radiocasette, dónde el rayado CD de Kind of Blue da vueltas una vez tras otra, como si el tiempo se hubiese detenido en aquel rincón de la gran ciudad. El resto de la estancia, frío y desvencijado permanece vacío entre unas paredes dónde el papel y la pintura piden auxilio desde hace ya mucho tiempo. Vacío. El resto de la casa permanece vacío. Salvo el cuerpo de Martín, arrojado sobre el viejo sofá verde, ajeno al frío reinante y al sonido del teléfono que una vez tras otra golpea con su sonido el eco de toda la casa.

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